Baños de Río Tobía despide un aire industrial. Cuando uno llega por la carretera comarcal LR-113, que parte el municipio en dos, le asaltan de repente varios edificios altos y blancos, con ese estilo adusto y sin adornos, casi soviético, que tanto parece convenir a los secaderos de jamones y de chorizos. La parte más antigua y monumental del pueblo cae a la izquierda, hacia la vega del Najerilla. En la plaza Juan Pablo II se levanta la iglesia de san Pelayo, una severa y elegante construcción de piedra con un capirote de hormigón. El cucurucho la da un toque divertido, como si en una fiesta de disfraces le hubiesen puesto un sombrerillo de duende y ya no hubiera querido quitárselo de encima.
Por detrás de la iglesia, junto a la vega del Najerilla, un paseo lleva a la ermita de los Parrales. Es un camino agradable, alfombrado de césped y con una sucesión de plátanos que dan buena sombra. La ermita es de construcción moderna. En un cartel aclara que la hicieron en 1976. Tiene un campanario afiladísimo y una puerta de hierro gigantesca, aunque abierta en mil agujeros y de aspecto grácil. A través de los vanos se vislumbra el interior: hay dos filas de bancos corridos y un retabillo al fondo, con la imagen de la Virgen vestida de blanco.
En Baños de Río Tobía no solo hay ermitas y casas antiguas, sino también pisos modernos. Quizá por la industria, el pueblo no se ha desangrado y se mantiene por encima de los 1.500 habitantes. «Aquí siempre ha habido muchas fábricas. Si me apura, antes incluso había el doble de las que hay ahora». El cronista se ha encontrado con Nati García, Isabel Villoslada, Celestina García Cañas y José Luis Olave en la plaza de fray Domingo Salazar. «Supongo que será por el clima, pero en Baños ha habido secaderos de embutidos toda la vida», sentencian. Pero no era un trabajo fácil: «Anda que no me ha tocado subir al sexto piso con enormes cestos de chorizos al hombro -exclama José Luis-. Y con jamones. ¡Con el frío que hacía en invierno y las trasnochadas y las madrugadas que nos pegábamos! Ahora, sin embargo, con los montacargas y todo eso… No es ni la cuarta parte». Y sus contertulias lo corroboran: muchas de ellas a los trece años ya estaban trabajando en las fábricas.
Los cuatro están sentados hoy, al caer la tarde, junto a la ermita del Rosario, un sobrio templo dieciochesco a pie de carretera. Enfrente les pilla el palacio Salazar, de extraña forma poligonal, con dos escudos y una graciosa galería de arquillos en el piso superior. «La mansión y la ermita están conectadas por los sótanos», informan. Hay un corazón noble en Baños, un grave corazón de piedra, un corazón religioso que se completa con el edificio del Ayuntamiento, un caserón que también luce los emblemas de la iglesia. Lo mandó hacer fray Benito Salazar, que fue obispo de Barcelona. El cronista, que alguna vez ha tenido que cubrir los veraneos en Baños del cardenal Martínez Somalo, piensa que en este lugar, además de chorizos y jamones, siempre hubo curas con mucho mando.
Los viajeros siguen su ruta por la LR-113. No hay curvas ni cuestas.
Un cartel pone que se acaba Baños de Río Tobía. Quinientos metros después, otro cartel pone que empieza Bobadilla……….. (noticia de larioja.com del 19/07/2014).
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